BAUTISMO GUAJIRO



BAUTISMO GUAJIRO
Bueno, ya, hoy, por fin, toca hablar del prometido bautizo, que se llevó a cabo por el rito católico. Durante nuestra segunda estancia en la ciudad de Las Tunas, una pareja con la que habíamos entablado relación y amistad en ocasiones anteriores, habían tenido un hijo. En esta segunda visita, nos honraron con el honor de ser los padrinos del niño, que había nacido poco después de nuestra marcha, y que ya contaba por entonces con casi dos años de edad, periodo transcurrido entre uno y otro viaje. Por supuesto que aceptamos.


El pequeño Gabriel y la guapa Milagritos, su Dama de Honor, poco antes del bautizo. No tiene el dedo en la boca por que sus manos están ocupadas.

Isael, el padre, trabaja en un centro educativo como instructor de educación física, mientras Yunia, la madre, es cirujano oftalmólogo, pese a sus orígenes guajiros, y puedo asegurar que uno de los mejores que he visto, me consta, dados los casos que ha operado con éxito. El pequeño protagonista de hoy es Gabriel, nuestro ahijado (de Ana y mio, se entiende...), y a él le dedicamos este post. Desde su nacimiento, tenía la costumbre (afortunadamente hoy ya perdida) de tener siempre el dedo en la boca. Pese al ingente número de chupetes que les fuimos enviando a lo largo de este tiempo, él insistía en tirarlos lo más lejos posible, uno tras otro, nada sabía mejor que un jugoso pulgar, pese a los tenaces esfuerzos que todos hicimos para quitarle tan perjudicial costumbre. Recuerdo que, ya en plan drástico, les envié un brebaje con el que untarle el dedo, para que, con el mal sabor, se dedicase, como todo buen infante, a darle al chupete. Pues ni así, las apocalípticas broncas que montaba resultaban peor que la enfermedad, por lo que optaron por dejarlo a su aire, de momento, mientras se hacía todo lo posible por persuadirlo de que el chupete sabía mejor. Le llevó su tiempo convencerse, pero para cuando lo hizo, ya no quería chupetes, se consideraba demasiado mayor para eso…


La iglesia de Las Tunas, en donde se llevaron a cabo los actos. Supuestamente, se encuentra ubicada en el mismo lugar en el cual Alonso de Ojeda fundó una ermita con una imagen de la Virgen

Escogida la fecha, un fin de semana que, por descontado, coincidiría con nuestra estancia en la ciudad, mientras buscaba localizaciones, solicitaba los permisos correspondientes y arreglaba el papeleo necesario, quedamos para la tarde del sábado, después de almorzar, hora en la cual habría que asistir a la iglesia, ya que, al parecer, se iba a dar a padres y padrinos una charla preparatoria previa al evento. Por la mañana, habíamos viajado Ana y yo a la ciudad de Puerto Padre, al norte, para ver la zona, echarle un vistazo y comprobar su potencial como posible escenario para hacer fotografías, llevar a cabo algunas entrevistas con los pescadores y la filmación de algunos vídeos, y por la tarde, si el evento lo permitía, acercarnos a Guayabal, al sur de la provincia, con importantes industrias pesqueras. Pero no fue posible.
Tras pasar por la casa de los padres a recogerlos, y en donde nos obsequiaron con un sabroso café como solo los guajiros saben “colarlo”, partimos hacia el centro de la ciudad, en donde está ubicada la iglesia. Supuestamente, esta iglesia está situada sobre el mismo lugar en el cual Alonso de Ojeda, haciendo honor a una promesa, había levantado una ermita, transformando para ello un bohío. Lamentablemente todo el material que tenía al respecto, como ya he comentado, se ha perdido, por lo que tendrá que esperar a mejor ocasión para poder ampliar estos detalles. Cuando llegamos a la iglesia, vimos que no íbamos a ser los únicos que pretendían bautizar a sus vástagos, pues unas quince personas estábamos congregados en el atrio. Al parecer el párroco no andaba muy bien de salud, había sufrido una apoplejía, y no estaba para oficiar bautizos un día sí y otro también, por lo que en cuanto se reunían cuatro o cinco infantes a los que dar el sacramento, los juntaba a todos y oficiaba en serie. Lamento comunicar que, a día de hoy, efectivamente, su estado de salud, resentido, se lo llevó.

Parque - atrio de la iglesia, en donde aguardamos plácidamente a que nos abrieran las puertas. Puede verse parte de la fachada de la iglesia al fondo, a la derecha de la fotografía.

Tras una media hora en la que todos nos desparramamos por el parque buscando la sombra de las ceibas, la puerta de la iglesia se abrió y se nos franqueó la entrada. Un personaje joven, no muy alto y adornado con una recortada barba nos fue recibiendo, al parecer, de no muy buena gana, o ésa, al menos, fue la primera impresión, dada la sequedad del trato, sobre todo al ver la cámara, dejando bien claro que nada de fotos. Fuimos entrando al fresco del templo y nos sentamos, no todos juntos, cada familia allí donde le pareció, unos más próximos al altar, otros más alejados, pero todos escapando del sol que se colaba por las ventanas.
El hombre que nos había franqueado la entrada se subió al estrado, y tras conectar el audio, cosa que me extrañó en un local tan pequeño, y cuya acústica parecía la adecuada para que todos los asistentes pudiesen escuchar los oficios sin necesidad de que el oficiante se desgañitase, comenzó a hablar.
Lo normal, lo que se espera en estas ocasiones, es que se distribuya a los asistentes, se les explique un poco en qué consiste el sacramento del bautismo, seguida de un pequeño sermón, un responso, ruegos y preguntas, y algunas recomendaciones, y se dé por finalizada la charla informativa. Un acto que no suele durar más allá de tres cuartos de hora.

Gabi, Isael y Yunia durante el bautizo.

Pues no. Las charlas preparatorias a un bautismo guajiro no son así. Para comenzar, el oficiante, que en un principio yo creí sería el sacristán, se presentó como el ayudante del párroco, insistiendo en que no lo confundiésemos con el sacristán, sin que los asistentes alcanzásemos a ver cuál era la diferencia. Tras la somera presentación que hizo de sí mismo, comenzó a amonestarnos a los asistentes, pues según él, nuestras caras, las de la mayoría al menos, no le sonaban como asiduas a los actos religiosos, lo que, en el caso de Ana y mío era lo más normal, pero el hombre no pareció hacer distingos entre residentes y visitantes, nos metió a todos en el mismo saco y descargó su furia sobre nuestras cabezas. Tras media hora de amonestación, y cuando ya algunos comenzaban a removerse en sus asientos, incómodos, el ayudante cambió el tema, y se arrancó a explicar su pasado. Durante las dos horas y media siguientes, el hombre se dedicó a clamar por los altavoces (con un volumen innecesariamente alto) que en su juventud, según él, había sido jugador, ladrón, borracho, juerguista, putañero, etc. No se ahorró epíteto alguno, que me abstengo de reproducir aquí, para autocalificarse. Hasta que, comparándose a San Pablo de Tarso camino de Damasco, un día, en plena efervescencia etílica, vio la luz tirado al pié de una Palma Real y dejó de lado la mala vida, el juego, las apuestas, el alcohol y las mujeres que pervierten la santidad de los hombres, entre otras cosas.

De izquierda a derecha: Gabi, Yunia, la madre, intentando que se quite el dedo de la boca, Ana, David e Isael.

La idea de salir hacia Guayabal en busca de localizaciones y contactos se estaba esfumando a medida que el ayudante alzaba la voz y se autoflagelaba, pues en los trópicos el sol sale temprano, pero también se pone temprano. Varias veces me pregunté qué tendría que ver la mala vida del rapavelas con el bautismo de unos pobres angelitos, y por qué tenía que interesarnos a los demás. Y sobre todo, qué tendría que ver todo aquello con el sacramento del bautismo. Cuanto más incómodos estábamos los asistentes, más se fustigaba el hombre. Por descontado que a esas alturas, yo ya había decidido cambiar de planes, y Guayabal tendría que esperar a mejor ocasión. Los asistentes, como a la hora de comenzado el acto, y en vista de por donde iba la cosa, parecieron desinteresarse del tema, desconectar, y cuchicheaban entre ellos, imposibilitados de imitar a Homer Simpson en la iglesia, dado el tronante volumen del audio. Entonces comprendí el porqué del volumen. El hombre, impertérrito y sin desanimarse, seguía con lo suyo, mientras yo, personalmente, me daba a todos los diablos por haber caído en semejante embrollo, y, aun a riesgo de parecer descortés o irrespetuoso, expresé mi parecer a Isael y a Yúnia, los cuales me dijeron que aquello era normal, mientras el ayudante seguía en sus trece sobre las consecuencias de llevar una mala vida. Debió notar mi inquietud y sorpresa, porque, sin dejar de culparse a sí mismo por su vida anterior, comenzó también a intercalar palabras hirientes contra los padres y los padrinos, que hasta ese momento, ni habíamos sido nombrados unos u otros, y mucho menos, las criaturas que iban a ser objeto del sacramento. Arremetió contra la promiscuidad de los padres por que realizaban el acto sexual solo con el único objeto del placer carnal, no el de traer almas al mundo con las cuales engrosar las huestes del Buen Jesús, y no solo con sus propias mujeres, sino también con las del prójimo, aplicando a rajatabla y a discreción el dicho aquel, según el cual, piensa el ladrón que todos son de su misma condición, recordándonos que aquello estaba tipificado como delito punible espiritualmente según los mandamientos de la iglesia, y a los padrinos, a los cuales no nos consideraba menos promiscuos, que la cosa no se solucionaba con soltar unos cuantos billetes o regalos en los cumpleaños de los ahijados, si no que eran responsables directos de su educación, etc. Y vuelta a sus pecados.

Una vista general durante los oficios.

Tras casi cuatro horas, y dado el notable desinterés por parte de los asistentes a sus pasadas faltas y a sus descalificaciones, que nada tenían que ver con el asunto por el cual estábamos allí, creyó conveniente cambiar de tema y pasó a explicarnos cómo se iba a llevar a cabo la ceremonia, para la cual se reservaban a los asistentes las primeras filas de bancos, y por fin, tras unas severas admoniciones acerca de la seriedad del acto, dio por concluida la charla. Ni que decir tiene que los asistentes no perdimos tiempo en ganar la salida. Intenté hablar con el ayudante, que en un principio, accedió a responder a mis preguntas, pero en cuanto vio de nuevo la cámara, repitió que no quería que le sacasen fotos, si queríamos hacer fotos durante el bautizo, que no habría problema, pero que en ese momento, no era posible. Respeté su decisión.
-Dígame usted, caballero, en qué puedo ayudarlo- Inquirió tras la negativa de las fotos.
-Bueno, verá usted, tengo una curiosidad, pasando por alto el detalle de que el haber visto la luz haya cambiado su vida, cosa loable, si llevaba realmente la vida que describió aquí, quisiera preguntarle si usted considera de interés para el bautismo de unas inocentes criaturas el hacer públicas ese tipo de situaciones con las cuales nos ha obsequiado a los que hoy hemos asistido, pues creo, o al menos, así me lo ha parecido, que a nadie le ha importado, ni le importa, lo que usted haya sido. Mi pregunta, si es tan amable, consiste en que no acabo de comprender, y le agradecería a usted que me lo explicase, cual es la relación entre el sermón que nos ha soltado y la charla preparatoria para el bautizo, y si, visto ese detalle, y todos los epítetos con lo cuales nos ha obsequiado a los asistentes, se extraña usted de la poca asistencia de la gente a estos actos o a los oficios en sí, tal y como ha expresado y recriminado varias veces a los presentes a lo largo de su... digamos... interesante charla. Lo cierto es que no acabo de ver la relación ni de comprender por qué se extraña-
Me miró seriamente durante unos instantes, como evaluando lo que yo le había dicho pero sin llegar a comprenderlo del todo, por la expresión de su cara, para, seguidamente, y con un seco “Se hace tarde”, dar por concluida la entrevista y cerrar la puerta de la iglesia sin molestarse en responderme. Me pregunté si habría sido irrespetuoso, ya que estaba claro que, al menos con esta entrevista, no había tenido éxito. Ana me estaba tirando de la camiseta para meterme prisa. Después de todo el sermón, los insultos velados y descalificaciones que habíamos tenido que aguantar, ni siquiera se molestaba en explicar el por qué.

"Yo te bautizo...". Es una pena el no poder escuchar la viva exclamación de Gabi en este preciso momento.

A la mañana siguiente, tras recoger a Gabi y a su familia en el coche, salimos de nuevo hacia la iglesia. No quise decir nada, pero mientras charlábamos animadamente por el camino, una duda me corroía. Si el acto preparatorio había durado cuatro horas, ¿Cuánto durarían los oficios religiosos? Preferí no pensar mucho en eso, ya no había vuelta atrás. De nuevo en el parque, ante la puerta de la iglesia, que ahora estaba abierta, me llamó la atención la escasa asistencia de gente, pese a que las tiendas locales permanecían abiertas y la calle estaba concurrida, con gente que iba y venía, enfrascada en sus asuntos. En cualquier parte del mundo, para los campesinos, por desgracia, todos los días son laborales, no hay festivos, el trabajo en el campo no entiende de fiestas. Yunia, a mis preguntas, me informó que los oficios de medio día suelen ser los menos concurridos, mientras que la iglesia se llena en la primera misa de la mañana y la última de la tarde, horas en las que el trabajo del campo es más relajado. Las fotografías muestran bien a las claras la concurrencia al acto.

Tras el agua vienen los óleos, que también se administran en el vientre de los bautizados

El ambiente era distendido, tanto antes, como durante o después de los oficios. La gente acude a ellos con el normal ánimo abierto, y tanto dentro como fuera, cada uno, pese a prestar la requerida atención a los actos, va a lo suyo. Entran y salen cuando les viene en gana, sin tener en cuenta lo que el párroco esté haciendo en ese momento, hablan entre ellos en voz baja, o cambian de asiento constantemente. Me pareció innecesario el que se nos hubiese reservado los bancos de la primera fila, ya que, por lo que podía comprobar, los únicos asistentes, a excepción de algunos despistados, éramos los padres, padrinos, y algunos otros parientes. Un coro comenzó a cantar en la esquina del altar mientras íbamos tomando posiciones.
Gabi, ajeno a todo, insistía en chuperretearse el dedo con fruición, pese a los intentos de todos en distraerlo, pero nada, el chico a lo suyo. No tardó en mostrarse cansado de todo aquello y en comenzar a palotear, preguntando cosas dispares o cantando a viva voz una canción que esa semana le habían enseñado en la guardería. Y no fue el único.

Finalizada la ceremonia, la foto oficial. En primer plano, Gabi y Ana, la madrina, detrás, Isael, David y Yunia.

El párroco, debido a la apoplejía que lo había atacado, y pese a que se esmeraba, tardaba en vocalizar las palabras, lo cual ponía nerviosa a la gente que asistía al acto. Por suerte, pese a todo, no se extendió ni la mitad que su ayudante el día anterior, el cual permanecía serio en una esquina, mientras el monaguillo oficial se esmeraba en atender a las necesidades del párroco, preparando las cosas sobre el altar, o atento a la lectura, para pasarle la página al sacerdote del breviario del cual leía, o se esforzaba, dada su situación. Quedaba clara así la insistencia del ayudante el día anterior en que no lo confundiésemos con el sacristán. Todavía hay clases. En lo que consideré un alarde de flema católica, el sacerdote se dedicó a lo suyo sin apenas prestar atención a los constantes ires y venires de la gente y a sus veladas conversaciones, y finalmente ordenó a los padres y padrinos que nos aproximásemos. El monaguillo nos colocó por orden y nos dio las directrices a seguir, algo que debería haber hecho el día anterior el secretario, en lugar de obsequiarnos con la relación de su mala vida pasada. Poco a poco, el sacerdote fue procediendo a administrar los sacramentos. Cuando le tocó el turno a Gabi, y en cuanto le tiraron el agua sobre la cabeza, lanzó una exclamación que mejor no reproduzco, y que provocó las carcajadas de todos los asistentes sin excepción, incluido el sacerdote. Menos las del secretario, que permanecía más serio que el inquilino de un cementerio, todo metido en su papel y que no parecía perderme de vista. Al parecer, no le había gustado mucho mi pregunta del día anterior.

En un último acto, el padrino debe encender la llama de la nueva vida.

Tras echarle agua bendita por la cabeza, se procedió a ungir al infante. Los óleos se administran, no solo en la cabeza, sino también en el vientre, y finalmente, el padrino debe encender un cirio que representan la llama de la vida en la fe cristiana, de la cual ya tanto Gabi como el resto de la media docena de niños y niñas bautizadas en ese momento, pasaban a formar parte, según el rito católico. Tras unas cuantas oraciones que el ayudante se encargó de leer en voz alta, se dio por finalizado el acto.


Antes de dar las bendiciones, el sacerdote arenga a padres y padrinos. Gabi, absorto, va a lo suyo, chupetearse el dedo. El personaje con barba de la izquierda, detrás del cirio, que observa recriminante el gesto de David (el fotógrafo me estaba diciendo que sonriera...), es el mismo que la tarde anterior nos había obsequiado con una muestra de su arrepentimiento a lo largo de cuatro soporíferas horas...


Una vez finalizado el acto, vino la fiesta, en la cual, como está mandado, no pudo faltar el puerquito asado, con yuca, arroz y boniatos, entre otras sabrosas viandas, todo bien regado con ron y con cerveza. Ni que decir tiene que, hasta el lunes, no nos fue posible ir a Guayabal en busca de las localizaciones que andábamos buscando. Pero esa es otra historia.
Como broche final, aunque la actuación abrió los actos de la liturgia, un pequeño vídeo con la fantástica actuación del coro, entonando una Salve.



Gracias, como siempre, a aquellos que nos siguen, y los emplazo para el lunes, en donde prometo obsequiarles con otro capitulo de este lío, a ver qué puedo preparar este fin de semana, mientras esperamos solucionar los problemas que impiden que esto sea lo que tiene que ser, a ver como se presenta la cosa, y si conseguimos los fondos necesarios para poder trabajar en serio y en directo, no en plan cachondeo y con material de archivo.
Que tengan un buen fin de semana...

PROYECTO GUAJIRO es una idea original de DAVID POSSE. © 2009. Todos los derechos reservados.

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